El ojo se abre a la noche inesperada, a la dulce espera, a una bocanada de aire espeso, un suspenso a lo Alfred Hitchcock, tu mirada que observa y expande un disimulo. La tragedia del Dante, las melodías de un Luis Miguel de cabotaje.
La vida se asemeja a tu vuelo, a tu estado de inercia, a tu sonrisa que se enarbola, a la hipocresía de no decir lo que sentimos.
Y si lo que está preestablecido se rompe en mil pedazos. En miles de fragmentos de momentos inexistentes, de tu cuerpo en mi cama, de tu espalda convertida en una tela envolvente.
Me intriga que tu silencio no sea un preludio de mi ser. A veces, sólo a veces, nos solemos embarrar en el lodo de lo pecaminoso, lo que se burla de lo occidental y cristiano, de los comentarios de las comadres del barrio.
Me tienta saber cómo ríes en las madrugadas. Como se abre el sol entre tu boca, como se esconde el gris de un invierno que arrasa.
Me tienta decirte lo oculto, lo que subyace y te roza, lo que se filtra y expande, lo inmoral de una brisa cuando acaricia.
Ahora que sabes de mis tentaciones, del juego abierto de un Casino de sueños, del mejor truco de un mago en vuelo, no dejes de tentarme.
No te aferres a la costumbre, a lo que irrita y no se sabe, a lo imposible de una utopía que florece, a la muralla China sin oriente.
A mi tentación en estado de pureza.