Nacimos al costado del dolor. Somos incondicionalmente fuego y pasión.
Pasión por la búsqueda de un amanecer guardado en un rincón de la memoria, en botellas con mensajes al mar, en el lodo de una canchita de potrero, a la izquierda de Dios, y a la diestra de la miseria. Somos fuego y pasión.
Y, sin embargo, nos desesperan las dudas, la incertidumbre del tiempo, el agazapado golpe de los disimulos, la inoperante tarea de los burócratas de las guerras.
Nos aferramos al anhelo como a un suspiro, a la foto de Juan y Eva, al Gauchito Gil y la Difunta Correa, al pan casero, al mate sin mucho hervor, al hervor de un amor, a la bronca de los abuelos, al inmigrante que llegó, al inmigrante que partió, a la camiseta sudada, al sudor de un albañil en pleno verano, al desconsuelo, al roció de una mañana, a tu inocencia, al grito de cuerpos en mazmorras, en campos de concentración, en paredones de fusilamiento. Somos los fusilados de la historia, y la historia con fusiles de ilusión.
Somos pueblo y barro.
Somos pueblo y barro.
Somos pueblo y barro.
Aprendimos a escondernos, a gritar en noches de silencio, a entregarlo todo, a disimular cuando el verde lo cubría todo, y, sobre todo, a resistir. Somos el legado de la resistencia, y de rostros curtidos por la vergüenza. Nos avergonzamos, a veces, de nuestra conciencia, de nuestros defectos indulgentes, de pecados que volveremos a cometer.
Quiero que seas pueblo y barro.
Que tu rebelión sea la bandera, una luna abierta, una noche con estrellas, una flor en medio del desierto. La inexorable caravana de sueños.
Quiero un pueblo hecho de barro, de aromas y charcos, de melodías rancias, de revoluciones sin espanto.
Te quiero país…
Te amo país…
Te espero país…
Te anhelo país…
Te siento país…
Me dueles país…
Me hago pueblo y barro por ti.