Allí donde el silencio te dibuja tu cintura, la voluntad se hace indomable, la esperanza se hace añicos contra una madrugada, te veo partir en la bruma.
Un azar que se convierte en un posible. Un posible que busca un tiempo, una señal a cielo abierto, un giro determinante de nuestros cuerpos sedientos.
El azar como una bruma pasajera.
La soledad en un frasco pequeño, la historia en rodajas de naranja, lo impredecible en gotas de rocío.
¿Es el infinito la verdadera razón de tus deseos, de tu inocencia que duerme, de la necesidad de volverte caricia en la bruma?
Una caricia que sólo se deslice por mi dolor.
Un dolor que se vaya con el primer amanecer de enero.
Te dije que me gusta recorrer tu cuerpo desnudo, aquel sendero que viajamos juntos, ese abismo que cae en la medida que tus besos son determinantes.
Bruma y azares.
Lo añejo en vasija de roble.
La utopía en el medio de nuestros corazones.